Mis fantasmas coloca al lector en la incómoda posición de asistir en primera fila a los encuentros entre una madre y una hija cuya relación está protagonizada por una barrera invisible que las distancia, las mantiene inalterables frente a las necesidades de la otra y aún así las reúne año tras año en unas citas plagadas de diálogos vagos en los que realmente no se dicen nada. Algunas pinceladas del pasado, torpes intentos de fingir normalidad, algún que otro sobresalto para que el lector se ilusione con un cambio de rumbo que estreche los lazos entre ellas y sin embargo, una narración en la que Bridge no deja de hablar de su madre y en la que la autora, Gwendoline Riley, demuestra una impresionante capacidad para transmitir una incomodidad que resulta adictiva.
El personaje de Helen Grant está perfilado con una precisión que abruma. El propio personaje resulta intenso, desorbitado en algunos momentos, egoísta en casi todos. A veces nos da la sensación de que se nos describe el comportamiento de una niña, más que de una mujer adulta. Y más tarde la percibimos mucho mayor de lo que realmente es. Nos perturba lo perdida que parece, lo desatinadas que pueden llegar a ser sus decisiones o lo disparatado que resulta su comportamiento. Pero sin perder de vista que es su hija Bridge quien nos está contando la historia, no podemos evitar preguntarnos si Helen estaría de acuerdo con el retrato que esboza de ella o si desde su perspectiva sería Bridge la culpable de esa relación que provoca más de un escalofrío.
Si bien Bridge no da demasiados detalles de su vida actual, lo poco que nos cuenta nos da a entender que en su mundo, el del trabajo que parece estable y la pareja que también lo parece, no hay nada que desentone. Pero la evidente carencia de afecto en la infancia que deja traslucir cuando relata algún recuerdo de su niñez y la dinámica en la relación que mantiene con su madre, trasluce que no todo está bien. O quizá todo está perfectamente bien y estamos demasiado acostumbrados a relaciones maternofiliales idealizadas. Sin olvidar ese elemento periférico que me ha llamado tanto la atención; la hermana de Bridge. Un personaje que se menciona, con quien tiene algún que otro intercambio, pero que no terminamos de saber qué papel tiene en su vida.
Mis fantasmas destaca por muchas razones y una de ellas es la capacidad de la autora para incomodarnos de una forma sutil, a través de un texto que destila sencillez y una voz protagonista que parece carecer de sentimientos, pero que a la vez el lector percibe herida. Querer tomar parte por una o por otra se vuelve un desafío, a mi parecer, imposible de resolver. Personalmente, la frialdad de Bridge me ha provocado una sensación de rechazo intenso en algunos momentos. Su respuesta ante lo que me han parecido tímidos y disimulados acercamientos por parte de su madre me ha hecho torcer el gesto. Pero esta es una de esas lecturas que despertará sentimientos distintos en cada lector. Es una historia de las que quieres comentar con todo el mundo, buscar el contraste, conocer qué ha percibido el otro tras leer lo mismo que tú pero con su propia experiencia vital como brújula.
Recomendado para todos los lectores que disfrutan al profundizar en los personajes de un modo muy intenso. Para quienes saben reconocer la belleza en un relato incómodo y se maravillan con la prosa sencilla que destila fuerza desde la sutileza.
Gwendoline Riley publicó su primera novela Cold Water, a los veintitrés años. Desde entonces ha escrito un libro de relatos y otras cinco novelas, por las que ha obtenido premios como el Betty Trask Award, el Somerset Maugham Award y el Geoffrey Faber Memorial Prize. A lo largo de su carrera ha sido nominada a otros prestigiosos galardones como el Folio Prize, el Dylan Thomas Prize y el Women’s Prize for Fiction. En 2018, The Times Literary Supplement la escogió como una de los veinte mejores novelistas británicos e irlandeses en activo.
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